Tamerlán, el soberano del mundo, estaba molesto por los disturbios en un rincón lejano de su imperio. Le llegó la noticia de que en una de las ciudades de esa comarca, los campesinos se habían rebelado y habían asesinado al propietario opresor.
Tamerlán llamó a sus generales para que sofocaran inmediatamente la violencia.
—Llevad toda la infantería que necesitéis. Coged escaleras con las que trepar las murallas de la ciudad; y cañones para reducir el lugar a polvo; y elefantes y camellos para sobrecoger a todo hombre, mujer y niño.
—Has olvidado la única arma que podría calmar los disturbios mejor que el elemento más poderoso de tus fuerzas, musitó Nasrudín al oído del rey.
—¿Cuál es? Preguntó Tamerlán expectante.
—Un hombre sensible que escuche las quejas de los nativos y ocupe su puesto como señor.
VÍA CHESAUDADE
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