Cierto día un erudito que iba de viaje llamó a la puerta de Nasrudín y le pidió un vaso de agua.
Respetuoso de la sagrada obligación oriental de proporcionar agua, el Mullah Nasrudin invitó al hombre a entrar. En cuanto cruzó el umbral, el intelectual empezó un monólogo de datos que duró varias horas. Durante ese tiempo, Nasrudín, cortésmente, sirvió agua, té, la cena y unos dulces. Finalmente, el invitado pareció dispuesto a marcharse.
—Si me das algo por mis palabras de sabiduría, seguiré mi camino.
—Desgraciadamente, no me queda nada que ofrecer. Regresa mañana y entonces tendré algo para ti, dijo el Mullah estupefacto.
La noche siguiente, volvió el erudito. Nasrudín le llevó directamente a la casa y le sentó.
Entonces el Mullah empezó a contar historias de sus propios viajes.
Después de muchas horas de escuchar, el muy agotado y hambriento invitado, dijo:
—¿Qué hay de mi pago? Dijiste que si volvía hoy me darías algo por la conversación de ayer.
—Ya te he pagado, contestó Nasrudín. Te he pagado en especie
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