Un día, el rey y su partida de caza entraron en una pequeña aldea. Muy excitados por la fortuita visita real, los habitantes se reunieron en la plaza principal para ver al monarca. Después de unos minutos, un campesino ofreció al rey un vaso de agua. El gobernante cogió el recipiente de la mano del hombre harapiento, se bebió el agua de un solo trago y ordenó continuar a su séquito.
—¡Qué triste es ver tan malos modales!, dijo Nasrudín cabalgando al lado del rey.
—Me sorprendes, Mullah, contestó el rey. Habitualmente defiendes al desvalido.
—Me refiero a vuestros modales, Majestad.
—Mis modales son impecables. ¿Desde cuándo un gran hombre como yo está obligado a agradecer a un campesino un vaso de agua?
—Desde el momento que, sin siervos como él, no habría ningún gran hombre como tú.
VÍA CHESAUDADE
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