Por fin me liberé de ser perfecto. Qué descanso soltar las pesadas cargas de hacerlo todo bien, de sufrir por equivocarme, de sentirlo mal por hacer cosas que no se esperan de mí. Ahora ya lo admito, soy imperfecto. Me gusta serlo. No quiero ser ejemplo de nada ni de nadie. No espero que me premien, ni que me admiren, ni que hablen bien de mí. Me da igual. Al fin y al cabo, no lo puedo evitar. Ni lo uno ni lo otro.
He descubierto de lo que no soy capaz; en lo que me siento acomodado; de lo que no puedo prescindir. Me observo en mis contradicciones, y me aguanto la risa cada vez que me engancho al rol. Lo admito, estoy muy lejos de ser perfecto y me acepto así.
Tengo que agradecer a la vida que me haya concedido el don de la imperfercción porque así puedo vivir mejorando. Porque así puedo prescindir de vivir estresado. Porque me acerca a la humildad que soy. ¡Qué tranquilidad no tener que ser nada! ¡No tener que ser nadie
Vivo entusiasmado en mi imperfección. Me ahorra estar pendiente de mí, me permite mirar a los demás sin comparaciones. Desde que te descubrí, oh imperfección, puedo abandonarme al devenir de la vida, sin sufrir por si las cosas salen como yo quería.
Mi gratitud mas sincera a la imperfección por hacerme pobre. Por quitarme ese velo de inmortalidad, de superpotencia. Así, desde la nada puedo serlo todo. Desde mi pequeñez contemplo aún mejor la grandiosidad de la vida. Sólo desde la imperfección puedes acercarte a los demás, porque entiendes que seguramente es lo que todos tenemos en común. Y porque, a la vez, esa conjunción de imperfecciones crea la conexión más perfecta con lo trascendente ….
Xavier Guix, El sentido de la vida o la vida sentida
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