Un ermitaño se aproximó al abad Teodoro:
–Sé exactamente cuál es el objetivo de la vida. Sé lo que Dios pide al hombre y conozco la mejor manera de servirlo. Y, aun así, soy incapaz de hacer todo lo que debería.
El abad Teodoro permaneció largo tiempo en silencio, y finalmente dijo:
–Tú sabes que existe una ciudad al otro lado del océano. Pero aún no has encontrado el barco, ni colocado tu equipaje a bordo, ni cruzado el mar.
¿Por qué estar imaginando cómo es y cómo debemos caminar por sus calles? Practica lo que aprendiste, aunque sea poco; y el resto del camino se mostrará por sí mismo.
PAULO COELHO
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