Aunque ningún animal olvidaba sus obligaciones la vida en el pajar era muy divertida para todos. Vivían allí doce gallinas con sus polluelos y una pareja de ratones con sus crías. Se la pasaban muy bien: las gallinas conversaban en voz alta, los polluelos corrían de un lado a otro y los ratones desordenaban los montones de heno. Todos entraban y salían a su gusto.
El dueño de la granja era hombre de buen carácter pero le molestaba mucho tanto escándalo. Además siempre se le hacía tarde para levantarse. Para resolver los dos problemas decidió comprar un gallo. Cuando llegó al corral todos pensaron que con él podrían divertirse aún más. Pero pronto se desilusionaron.
-No perdamos tiempo –dijo el gallo. ¡Todos a trabajar!
Exigió a las gallinas guardar silencio. Les prohibió a los polluelos salir a jugar y expulsó a los ratones.
-¡Por favor, déjalos seguir viviendo aquí con nosotros! –pidieron las gallinas.
-No. Y yo soy el que manda aquí –repuso furioso. Después de eso el corral se volvió un lugar muy triste. No se permitían visitas, charlas o juegos. Todos se despertaban de madrugada. El orgulloso gallo salía más o menos a las cuatro de la mañana, se subía a un palo y desde allí cacareaba, ¡Quiquiriqui, quiquiriquí! Hasta ponerles las plumas de punta a todos los demás animales del pajar.
Poco a poco fue creciendo el disgusto.
-Es un tirano –comentaban en voz baja las gallinas, cada vez más molestas con la nueva situación. Así que, aprovechando un agujero en la esquina del pajar se pusieron de acuerdo con los ratones. Cada quien dio su opinión y tramaron un plan para lograr que el gallo no los molestara más. Una noche cuando el gallo dormía profundamente uno de los ratones untó con pegamento el palo donde se subía a cantar.
Al día siguiente el gallo, como todas las mañanas, se trepó a la percha: ¡Quiquiriqui, quiquiriquí! Pero al querer bajar no pudo mover las patas: las tenía pegadas.
Los habitantes reanudaron sus labores bajo la relajada y divertida vida de antes. Mientras ellos disfrutaban, el gallo pasaba los días a la intemperie, pegado a la percha, hasta que un noche les preguntó.
-¿Para qué me hicieron esto?
-Para que veas lo desagradable que es que alguien te imponga su voluntad –respondieron.
Tras pensarlo, el gallo les pidió perdón a todos. Juntos le liberaron las patas, lo ayudaron a bajar y desde entonces nadie da órdenes en el pajar: los habitantes (incluyendo al gallo) se ponen de acuerdo para trabajar y divertirse juntos.
“En la bandera de la libertad, bordé el amor más grande de mi vida.” Federico García Lorca
“La libertad está en ser dueños de nuestra propia vida.” Platón
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por el honor, se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede ocurrir a los hombres.” Miguel de Cervantes Saavedra
Fábula popular
VÍA NECESITO DE TODOS
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