Expuestos a tareas y estímulos externos diarios, estamos programados para realizarlas en el mejor estado físico y anímico posible. Buscamos el ideal de sentirnos bien los 365 días del año, y disponer el mínimo de “días grises”. Si un día nos levantamos con dolor de cabeza, enseguida tomamos algo para calmar el dolor; si tenemos mal cuerpo, es que estamos incubando un resfriado, y antes de que los síntomas broten, ya lo estamos cortando; y si nos levantamos cansados, es que necesitamos vitaminas… Actuamos como máquinas, que deben funcionar todos los días del año, para que sean ¿rentables?.
Sin embargo, no somos máquinas, aunque se empeñe alguna publicidad en insistir que pasarmos de un “día gris” a uno que brille el sol con la simple ingesta del producto, como si fuéramos una máquina que al fallarle una pieza, la engrasamos y sigue funcionando perfectamente.
Somos mamíferos con emociones, educados (=programados) para vivir “días soleados”, y aunque lo neguemos, los días no tan buenos existen, simplemente que no estamos acostumbrados a ellos.
Cada vez tengo más claro que el camino hacia mi felicidad, no está en conseguir el máximo de “días soleados”, sino en aprender a convivir con los días y las sensaciones grises, integrarlos en mi vida diaria, y tomar consciencia de ellos, sin darle mayor importancia. Ante esos días, he aprendido a dejar el donut en la caja, y es curioso como poco a poco he adquirido el hábito de aceptarlos tal cual vienen y, por el simple hecho de aceptarlos, parece que a lo largo del día brilla un rayo de luz por algún lado. Quizás, es la manera que tiene mi cuerpo de decirme que me tome el día algo más tranquilo ¿quién sabe? A quien tengo que rendirle cuentas al final del día, ¿a las expectativas que tiene mi entorno de mí o a mi misma?
Tú qué decides, ¿comerte el donut o dejarlo en la caja?
VÍA YO EVOLUCIONO
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