Héctor G. Gómez G.
Cada día la separación propuesta por Descartes de dos mundos aparentemente separados y de imposible contacto, como lo son el mundo de la mente y el mundo de lo físico o material, ha venido quedando más y más relegada como filosofía por los aportes obtenidos por la física teórica y la física cuántica.
Hasta mediados del siglo pasado existía una clara demarcación entre el mundo de la materia y lo que llamamos mente. Ambas cosas parecían estar funcionando cada una por su lado sin que una tuviera nada que ver con la otra. Si bien se suponía, que de alguna extraña manera la materia cerebral “producía” a la inmaterial conciencia, el proceso a la inversa estaba descartado. Nuestra conciencia humana no tenía por qué afectar en lo absoluto el funcionamiento de los procesos físicos. Aparentemente todo estaba en orden y como debería ser.
Sin embargo, apareció la física cuántica, esa área del conocimiento que se ocupa de conocer los componentes más pequeños de los que está hecha la materia, y todo comenzó a embrollarse. Los cálculos matemáticos y las pruebas de laboratorio, como el experimento de Aspect, por ejemplo, dejaron en claro que muchas cosas que dábamos por sentado, no eran ciertas y que el universo es mucho más asombroso que lo que podemos imaginar. La visión materialista, en la cual todo funciona como un complicado juego mecánico, empezó a verse como extremadamente ingenua, simplista y hasta ridícula.
Una de las características del universo, de la materia o de cualquier evento, es que no existe independientemente de un observador, de una medida o en otras palabras, de una conciencia observante. Expliquemos esto con un poquito más de detalle. Todo lo que existe, se encuentra en lo que se denomina un “estado de superposición cuántica”, es decir, no hay una realidad definida y estable, “ahí” afuera, que nosotros captamos y que es independiente del captador. Esto no funciona así. En verdad, lo que ocurre es que en el “estado de superposición cuántica” existen infinitas posibilidades de que “algo” sea una cosa o la otra. Y para asombro de todos es nuestra observación por medio de nuestra conciencia lo que genera una decantación de las infinitas posibilidades, (lo que se denomina “colapso de onda”) y que se traduce en lo que llamamos “realidad”. Nuestra mente, nuestra conciencia, es la creadora de una realidad, la que observamos y que pensamos que es la única. La conciencia había hecho su entrada en el mundo de la materia y se encontraba indisolublemente unida a TODO.
Un físico llamado Hugh Everet propuso la “absurda” idea, de que cada vez que ocurre un incidente en la naturaleza, se generan dos universos. Si una hoja cae de un árbol, en otro universo todo es exactamente igual… en todo, salvo en que la hoja no cayó del árbol.
En nuestra vida cotidiana, cada vez que tomamos una decisión, cada vez que escogemos una acción en vez de otra, de acuerdo a la hipótesis propuesta por Everet, conocida como IMM (Interpretación de Mundos Múltiples) se producen dos universos paralelos, uno de los cuales es éste y en el otro escogimos lo opuesto. Lo asombroso de esta propuesta, es que enfocada matemáticamente es impecable, aunque se generen prácticamente infinitos universos paralelos.
En última instancia, esta propuesta se realiza para poder negar una forma de existencia no física, no material, la conciencia, que estaría intrínsecamente unida a la existencia de todo formando parte de la generación de lo que denominamos realidad. Dentro de esta hipótesis, es más fácil crear la posibilidad de infinitos universos que romper el paradigma de que la conciencia interactúa con la materia pues es parte de ella misma.
En una encuesta realizada por un investigador en ciencias políticas llamado David Raub, el 58% de cosmólogos y físicos cuánticos consideraban verdadera esta propuesta de H.Everet, incluyendo a Stephen Hawking, aunque todos estaban de acuerdo en que era una hipótesis poco científica, porque adolece de una cualidad indispensable en la ciencia, la presunción IMM no es falsable, es decir, no se puede demostrar que es falsa.
A partir de ahora, de acuerdo a esta propuesta, pudiéramos plantearnos una pregunta cuando miremos hacia el infinito en una noche estrellada, ¿qué hubiera pasado si yo hubiera escogido…en vez de…? Y en alguna parte de la insondable eternidad, un universo paralelo, devolverá una respuesta que jamás podrá ser escuchada…
Fuente: http://www.inspirulina.com
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