Cada circunstancia que nos sucede, lo que vivimos día a día o aquello que los demás nos proponen para vivir, no es unívoco. Hay dos caras en ello. Una realidad que puede observarse en la superficie y otra que se traslada al alma; que se interpreta en el contexto de lo que uno siente, de lo que espera o de la referencia de lo que tuvo.
La
experiencia me demuestra que todo está sometido a cambio. Que el agua
del río no pasa dos veces por el mismo lugar y que es estúpido
aferrarnos a lo que fue porque deja de tener sentido en lo que está.
Los
que dependemos tanto del mundo interior y de su peculiar formas de
recomponer el sentido, nos vemos abocados, una y otra vez a la
equivocación. No sirve el paisaje que se pintó con las emociones del
ayer porque el hoy trae las suyas propias y lo más seguro es que nada
tengan que ver con las que pasaron. Uno se empeña en igualarlas sin
sentido porque perdemos el peso de nuestro gozo en el pensamiento mágico
de lo que ya es diferente.
Me
gustaría ser camaleónica y adaptarme al color del mundo cuando cambia.
Me encantaría variar mi forma, mi modo de actuar y de sentir, nada más
que advierto que ya no es útil moverse como hasta entonces; lo más
curioso es tener una gran capacidad de análisis y una escasa movilidad
ejecutoria.
Me
digo a mi misma que tengo que abandonar patrones viejos. Que no sirve
querer acomodar lo que tenemos a la talla de lo que estuvo. Cada tiempo
tiene sus propias dimensiones, sus afanes y su sentido y solamente puede
aportarnos sufrimiento querer ver lo mismo donde hay otra cosas
distinta.
El
aprendizaje está en dar un salto por encima de los recuerdos, de los
detalles y de las pinceladas. Poder ver el cuadro completo. Saltar la
mota contenida en una esquina del espejo…y seguir reflejándonos en él.
Estoy en ello. Tal vez lo consiga.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
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