Leo Alcalá
El Día del Padre pasado, Maya—mi espectacular hija de cuatro años y medio—me regaló varias cosas, entre ellas una que había realizado en su colegio: una hoja decorada con la huella de su diminuto pie en color rojo como elemento artístico predominante.
Pero lo que capturó de inmediato mi atención fue la frase que estaba al tope de la hoja. Cuando la leí disparó en mí una toma de conciencia inmediata. La contundencia de la frase me dejó pensando.
¿Las palabras que titulan con fuerza el regalo de mi hija?
“Papi estoy siguiendo tus pasos”.
¡Está siguiendo mis pasos!
Tú y yo sabemos que tenemos una enorme influencia sobre nuestros hijos y que ellos aprenden sus principales comportamientos y formas de responder al mundo según lo que primero observan en nosotros.
Pero el de pronto ver ese hecho reflejado en esa simple frase fue revelador para mí.
¡Están siguiendo nuestros pasos!
Eso puede generar varias reacciones: una inquietud por la posibilidad de que las huellas que dejas no sean las que tú realmente quieres que ellos sigan—por “ellos” me refiero a tus hijos o cualquier persona sobre la cual tengas una fuerte influencia.
También puede generar entusiasmo, al tomar consciencia de lo emocionante que puede ser el proceso de contribuir a la realización plena de otro ser humano.
Pero sea el miedo o el entusiasmo lo que surja—o cualquier emoción intermedia o alterna—, creo que una sensación de responsabilidad pasa al primer plano.
La responsabilidad por dar lo mejor de nosotros. La responsabilidad por mostrar caminos. La responsabilidad por ser lo que realmente quisiéramos que el otro usara como ejemplo e inspiración.
La pregunta no es si aquellos que nos rodean van a seguir o no nuestros pasos, porque de una u otra forma —para aceptar o contradecir, para aprovechar o rechazar— van a usar lo que hagamos como referencia.
La pregunta es ¿qué huellas quieres dejar? Y ¿cuáles son las huellas que hasta ahora has estado dejando?
VÍA SOLO CRECER
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