“Mi hermano es como yo, siempre vemos las cosas por el lado difícil… ¿qué podemos hacer? ¡somos pesimistas!”... La contundente declaración de aquél joven me hizo reflexionar y querer decirle: no, el pesimismo no es un mal congénito o hereditario. No es algo que recibes de tus padres o que viene con tus genes.
El pesimismo es totalmente opcional. O le das la cara… o le das la espalda. Es algo que adquieres. No existen seres que nacen pesimistas. Lo que hay, son seres que eligen ser pesimistas. Verlo todo negro.
¿Qué ves? ¿Un vaso medio vacío o medio lleno? Quien lo ve medio vacío ve ya el declive y la muerte de una situación. Quien lo ve medio lleno, lo ve con los ojos de la esperanza: ¡pronto estará totalmente lleno!
Creo que el pesimismo es uno de los grandes condicionamientos sociales, catalogado muchas veces como “realismo”. Cuántas veces no hemos escuchado esta declaración: “no es que sea pesimista… simplemente soy realista”.
El pesimismo es el patrón de pensamiento nacido de unaperspectiva poco luminosa ante la vida. El pesimista, muy seguramente, desde pequeño escuchaba a sus padres afirmando constantemente: “la vida es dura y difícil, hay que trabajar muchísimo para salir adelante… la gente es poco confiable… el mundo es un infierno donde se viene a sufrir…”
Como en el disco duro de una computadora, desde niños se nos van programando –muchas veces-, toda una serie de pensamientos carentes de luz. En una familia cuyos padres se rijan por dicho patrón de pensamientos, es muy probable que los hijos se “contaminen” de ese virus de derrotismo y negatividad. Sin embargo, llegado el momento, todo ser es libre de re-programar el disco duro de su computadora mental.
Más vale que así sea, porque una programación negativa es bastante limitante ya que nos hace reaccionar desde el miedo, la inseguridad y la aprensión, amedrentándonos todo el tiempo tras la cerrada y pesada puerta del temor.
Sólo cuando salimos del traspatio del miedo, entramos al recinto de la confianza, la claridad, la fortaleza y al cálido abrazo que nos da el amor. Nos volvemos confiados y abiertos, aprendiendo a ver en los demás, rostros de amigos en vez de enemigos.
Empezamos a encontrar manos abiertas en lugar de puños cerrados… sonrisas que reemplazan anteriores gestos adustos… palabras que alientan en vez de críticas que destruyen… Comenzamos a descubrir las infinitas posibilidades que nos presenta la vida, en lugar del restringido espacio al que nos confinan el recelo y la desconfianza.
Todo ello depende de nuestra voluntad. De la decisión de un cambio que nos lleve a mostrar una nueva actitud hacia la vida. Es vital darnos cuenta de ello, porque el mundo no va a cambiar ni un ápice, si primero no cambiamos nosotros mismos.
El mundo es un reflejo de nuestro interior. Cada actitud es una decisión, para lo cual necesitamos estar constantemente en alerta. Porque a veces reaccionamos impulsivamente sin pensarlo mayormente.
Una vez que comenzamos a confiar en el amor imperante en el mundo y en cada situación, todo, como por arte de magia, comienza a cambiar en nuestro entorno. Las personas de pronto parecen haberse vuelto gentilísimas y súper amables: son sencillamente el reflejo de lo que pensamos. Porque nosotros con nuestros pensamientos estamos co-creando el ambiente que vivimos.
Si sólo esperamos lo mejor, eso mismo vendrá a nuestras vidas. Si hablamos de salud, equilibrio y fortaleza, eso mismo tendremos para nuestro diario existir. Si comenzamos a sentir y afirmar que somos un ser apacible, en armonía consigo mismo, rodeado de personas y cosas bellas, eso es lo que estaremos proyectando y materializando en nuestra vida.
El positivismo y la así llamada “felicidad”, no son más que elecciones que hacemos cada día, y a cada momento. Nadie, ni mis padres, ni mis abuelos, ni mi pareja, ni mis hijos, ni el vecino, ni mi jefe, ni mis cuates, son culpables o causantes en mis circunstancias.
Yo decido ver las cosas desde el lado positivo. Elijo la perspectiva de la luz. Yo soy quien elije poner oído sordo al interminable concierto de quejas de ahí afuera, y abro mi corazón confiada y gustosamente al flujo del amor y las buenas vibraciones que me rodean constantemente. Veo el rostro de las personas y percibo en ellas la luz que asoma por sus ojos y su sonrisa.
Recibo en un abrazo el impulso de afecto de otro ser hermanándose conmigo, una palmada de afecto me alienta a seguir adelante, y un apretón de manos me dice: ¡estoy contigo! Definitivo: ¡es mucho mejor percibir el mundo desde el lado positivo del escenario!
Recordemos aquella frase: “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal a través del cuál se mira”… Yo elijo mirar del lado de la Luz… ¡me vuelve más libre!... ¿y tú qué decides?
Elvira G.
elviraje99@gmail.com
El pesimismo es totalmente opcional. O le das la cara… o le das la espalda. Es algo que adquieres. No existen seres que nacen pesimistas. Lo que hay, son seres que eligen ser pesimistas. Verlo todo negro.
¿Qué ves? ¿Un vaso medio vacío o medio lleno? Quien lo ve medio vacío ve ya el declive y la muerte de una situación. Quien lo ve medio lleno, lo ve con los ojos de la esperanza: ¡pronto estará totalmente lleno!
Creo que el pesimismo es uno de los grandes condicionamientos sociales, catalogado muchas veces como “realismo”. Cuántas veces no hemos escuchado esta declaración: “no es que sea pesimista… simplemente soy realista”.
El pesimismo es el patrón de pensamiento nacido de unaperspectiva poco luminosa ante la vida. El pesimista, muy seguramente, desde pequeño escuchaba a sus padres afirmando constantemente: “la vida es dura y difícil, hay que trabajar muchísimo para salir adelante… la gente es poco confiable… el mundo es un infierno donde se viene a sufrir…”
Como en el disco duro de una computadora, desde niños se nos van programando –muchas veces-, toda una serie de pensamientos carentes de luz. En una familia cuyos padres se rijan por dicho patrón de pensamientos, es muy probable que los hijos se “contaminen” de ese virus de derrotismo y negatividad. Sin embargo, llegado el momento, todo ser es libre de re-programar el disco duro de su computadora mental.
Más vale que así sea, porque una programación negativa es bastante limitante ya que nos hace reaccionar desde el miedo, la inseguridad y la aprensión, amedrentándonos todo el tiempo tras la cerrada y pesada puerta del temor.
Sólo cuando salimos del traspatio del miedo, entramos al recinto de la confianza, la claridad, la fortaleza y al cálido abrazo que nos da el amor. Nos volvemos confiados y abiertos, aprendiendo a ver en los demás, rostros de amigos en vez de enemigos.
Empezamos a encontrar manos abiertas en lugar de puños cerrados… sonrisas que reemplazan anteriores gestos adustos… palabras que alientan en vez de críticas que destruyen… Comenzamos a descubrir las infinitas posibilidades que nos presenta la vida, en lugar del restringido espacio al que nos confinan el recelo y la desconfianza.
Todo ello depende de nuestra voluntad. De la decisión de un cambio que nos lleve a mostrar una nueva actitud hacia la vida. Es vital darnos cuenta de ello, porque el mundo no va a cambiar ni un ápice, si primero no cambiamos nosotros mismos.
El mundo es un reflejo de nuestro interior. Cada actitud es una decisión, para lo cual necesitamos estar constantemente en alerta. Porque a veces reaccionamos impulsivamente sin pensarlo mayormente.
Una vez que comenzamos a confiar en el amor imperante en el mundo y en cada situación, todo, como por arte de magia, comienza a cambiar en nuestro entorno. Las personas de pronto parecen haberse vuelto gentilísimas y súper amables: son sencillamente el reflejo de lo que pensamos. Porque nosotros con nuestros pensamientos estamos co-creando el ambiente que vivimos.
Si sólo esperamos lo mejor, eso mismo vendrá a nuestras vidas. Si hablamos de salud, equilibrio y fortaleza, eso mismo tendremos para nuestro diario existir. Si comenzamos a sentir y afirmar que somos un ser apacible, en armonía consigo mismo, rodeado de personas y cosas bellas, eso es lo que estaremos proyectando y materializando en nuestra vida.
El positivismo y la así llamada “felicidad”, no son más que elecciones que hacemos cada día, y a cada momento. Nadie, ni mis padres, ni mis abuelos, ni mi pareja, ni mis hijos, ni el vecino, ni mi jefe, ni mis cuates, son culpables o causantes en mis circunstancias.
Yo decido ver las cosas desde el lado positivo. Elijo la perspectiva de la luz. Yo soy quien elije poner oído sordo al interminable concierto de quejas de ahí afuera, y abro mi corazón confiada y gustosamente al flujo del amor y las buenas vibraciones que me rodean constantemente. Veo el rostro de las personas y percibo en ellas la luz que asoma por sus ojos y su sonrisa.
Recibo en un abrazo el impulso de afecto de otro ser hermanándose conmigo, una palmada de afecto me alienta a seguir adelante, y un apretón de manos me dice: ¡estoy contigo! Definitivo: ¡es mucho mejor percibir el mundo desde el lado positivo del escenario!
Recordemos aquella frase: “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal a través del cuál se mira”… Yo elijo mirar del lado de la Luz… ¡me vuelve más libre!... ¿y tú qué decides?
Elvira G.
elviraje99@gmail.com
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