martes, 24 de diciembre de 2013

LOS REGALOS VERDADEROS...HISTORIA DE VIDA...♥



Tenía cerca de 7 años cuando fui ingresada a un hospital de niños muy grande en la capital. Había tantos niños hospitalizados, que funcionaba un piso para los bebés hasta los 4 años, un piso para las hembras de 5 a 15 años y otro para varones entre esas edades. También había un comedor muy grande en cada uno de esos pisos y hasta un parque con columpios, toboganes, campana, ruedas y otros juegos… A pesar de tantas comodidades, igual a un niño o a una persona grande, no le gustan los hospitales, pero estaba allí para mejorar y eso era lo importante.

Hay muchas vivencias que quedaron en mi memoria de aquella época, muchas, pero hubo una, la época de Navidad, que jamás pude olvidar…

Cuando llegó el mes de Diciembre, todo comenzó a cambiar. Decoraron muy bonito el hospital y lo que más nos gustaba e impresionaba a todos era un nacimiento que había en planta baja; era el nacimiento más grande y hermoso que jamás había visto. Las figuras de las personas y animales que lo conformaban eran de tamaño natural, bellísimas y muy reales: los pastores, el pesebre, los animales, pero lo mejor de todo eran las cajas de regalos que estaban frente a él, de todos los tamaños y colores, pero lo máximo era algo que no nos dejaba dormir por las noches a los y las pacientes del hospital: esos regalos eran para nosotros. ¡Sí! Nos decían que si nos portábamos bien, muy bien, esos regalos iban a ser nuestros.

Transcurrían entonces los días de Diciembre y cada vez que bajaba para ir a fisioterapia, o por algún otro motivo, no perdía la oportunidad de ver el nacimiento, con sus figuras tan reales, como mirándome de reojo sus personajes, e invitándome a acariciar sus animales y con las cajas esparcidas por todo el lugar, con lazos gigantes, casi de mi tamaño y me encantaba imaginar qué tendrían adentro, si nos gustaría, pero cómo no nos iban a gustar si eran regalos de Navidad, serían quizás los regalos más grandes y bellos que jamás nos habrían dado…

Solo había algo que superaba la emoción y la ansiedad por los regalos del nacimiento gigante: que me dieran de alta para Navidad. Aunque no daría chance de operarme, podrían concederme permiso para ir de vacaciones navideñas a mi casa. Tenía varios meses que no podía ver de cerquita a mis hermanos; extrañaba tanto jugar con Joseíto de 5 años y Adry de 2. Sólo los podía ver desde la ventana del comedor los Domingos, cuando terminaba la hora de visita y me iba corriendo, casi escapada de mi cama hasta ella, desde donde podía verlos y saludarnos con las manos, desde ese 5º piso hasta el estacionamiento donde ellos estaban, porque eran muy pequeños y no los dejaban subir. Deseaba tanto estar con ellos para compartir de nuevo tantas cosas, no importaba si hasta terminábamos peleándonos por tonterías, como sucede entre hermanos. También podría dormir de nuevo en mi cama, calentita y cómoda, podría estar con mamá y papá todos los días, abrazarlos, besarlos cuantas veces quisiera y sentirme de nuevo en el mejor lugar del mundo: mi casa.

Fue así como llegó el 15 de Diciembre y el momento de leer la lista de niñas que se irían a pasar Navidad en su casa. Cuando comenzaron a leerla, cerré los ojos esperando oír mi nombre y en efecto lo hicieron; casi grito de alegría. Me sentí súper feliz, porque iría a casa después de tantos meses, pero al ver que algunas de mis compañeras no podrían ir a sus casas, porque estaban recién operadas guardando reposo, o porque sus familias no tenían dinero para pagar los pasajes de ida y vuelta, eso no permitió que mi felicidad fuera completa y me hizo ver lo afortunada que era al poder marcharme.

Fue así como regresé a mi casa y pude disfrutar de estar de nuevo con mi familia, con mis amiguitos y vecinos y de sentir cómo la magia de la Navidad había hecho eso posible, llenándolo todo con ella…

De vez en cuando venía a mi mente la imagen del nacimiento gigante y me asaltaba la duda de qué sucedería con los regalos. Alguien me dijo que los repartirían sólo entre los pacientes que no podrían dejar el hospital y era tan grande la alegría de estar en mi casa con los míos, que pensé que eso era lo más justo, porque ellos no habían tenido mi suerte.

Llegó el mes de Enero y con él, la hora de regresar de nuevo al hospital. No quería volver, deseaba que pasara cualquier cosa que lo impidiera, pero no fue así. Papá me llevó a Caracas, dándome cuenta de que a él tampoco le agradaba la idea de alejarse de mí. Me pareció como si hubiera escogido el camino más largo, como si estuviera dando vueltas por la ciudad, pasando por partes desconocidas, para retrasar lo más que pudiera el momento tan horrible de separarnos de nuevo. Hasta me llevó a comer a un restaurant muy bonito, pero al final, igual conseguimos el camino al hospital e ingresé de nuevo a él.

Papá se fue y una profunda tristeza me invadió esa tarde; otra vez me sentía presa, otra vez comenzaba la espera por una operación que nunca llegaría, no allí…

De pronto recordé el nacimiento gigante y los regalos y aunque daba por sentado de que no habría ninguno para mí, fui corriendo donde las compañeras que pasaron la Navidad en el hospital para preguntarles qué les había tocado, enterándome así por fin cuales eran esas sorpresas maravillosas que contenían esas cajas que tanto vi y deseé. Entonces sucedió algo que nunca imaginé, ni siquiera sospeché: una de mis compañeras me dijo con tristeza y rencor mezclados, algo que sentí que me abofeteó: las cajas no tenían NADA adentro, eran regalos de mentira, simplemente un decorado que formaba parte del Nacimiento. Qué defraudada me sentí. ¿Por qué nos habían pedido que nos portáramos bien a cambio de algo que no existía? Si todos los visitantes del hospital que vieron los regalos, pensaban que eran verdaderos, a cuántas personas y niños habrían engañado?

Mis compañeras, las que se quedaron, me contaron que les entregaron otros regalos que alguien llevó, pero lo que me dolía era que los del Nacimiento no eran tales.

Esa Navidad me enseñó a mis 7 años, que al renunciar a la idea de tener aunque fuera uno de esos supuestos regalos, para estar a cambio con mi familia, fue lo mejor que pude hacer. Fue entonces cuando me sentí llena y dichosa con los momentos en familia que pude disfrutar, aprendiendo algo que no olvidaría jamás: Nunca debes prometer un regalo que no puedas ofrecer.

Fue tan bajo engañarnos a un montón de niños con falsos regalos que no existían, que hasta creo que ese nacimiento gigante que tanto admiraba, me resultaba horroroso y útil para mentirnos.

Cuando pasaron los años, crecí, me casé y tuve a mis hijos, no les prometí que el Niño Jesús les traería lo que a ellos se les ocurriera, les enseñé que podían decirle a él lo que querían y él vería cuál de sus peticiones podría complacer, porque había muchos niños que pedirían muchas cosas, y él trataría de complacer algunos de sus deseos, para no crearles FALSAS expectativas. Pero lo más importante fue darles mi amor e inculcarles valores, sentimientos y principios que los hicieran hombres de bien.

De mi experiencia vivida en aquel hospital, lo que más me resultó valioso fue el saber cuánto quería a mi familia, a mis padres y hermanos, lo mucho que me hacían falta cuando estábamos separados, dándome cuenta de que el tesoro más grande del mundo era tenerlos a ellos. Esos meses que pasé allí, me marcaron positivamente en ese sentido, porque aprendí que mi familia era lo más importante, lo únicamente verdadero, envuelto en un grandioso sentimiento de amor que es la caja más grande y hermosa que me ha podido regalar Dios.

Les deseo a los que hayan ido conmigo a mi pasado a través de estas líneas una Feliz Navidad, llena del amor de sus afectos, de salud, de prosperidad y dicha y de la felicidad de disfrutar a conciencia de los REGALOS VERDADEROS!!! Franca Mazzei conelcorazonenlasletras@hotmail.com

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