El día de ayer me sorprendió ver en mi muro de Facebook el comentario de una mujer que se encontraba triste y confundida porque había sido bloqueada de una página en la cual se quejó por la forma en la que se hace referencia a ciertas meditaciones en venta y a su elevado costo económico en comparación con el servicio que se presta. Y justo ahora que escribo esto me doy cuenta de que no cabe duda de la perfección en lo incomprensible y en el hecho de que ella atravesara por esta experiencia, ya que de todo eso se valió este texto para poder nacer. Desde este punto de vista, no me queda más opción que darle las gracias y pedirle que lea con su corazón mis palabras.
El vendedor más grande del mundo para mí (mi padre q.e.p.d.), me explicó una vez cómo las relaciones con los demás seres humanos implican necesariamente una venta. Una venta es el intercambio de un bien o servicio por dinero (generalmente), y cada vez que le regalas una sonrisa a alguien estás vendiendo un aspecto de ti, estás intercambiando algo, una expresión por otra o simplemente estás tocando su alma y aunque no lo sepas o no lo esperes, el universo te devolverá o te “pagará” lo que diste. Esto es por ley de acción y reacción. No se trata de algo que se dé porque yo lo crea o lo diga, es una ley.
Entonces él me decía: con cada una de tus palabras “te vendes”, lo que significa: te entregas, te desprendes de algo y lo das, de modo que todos los seres humanos somos vendedores en potencia, todos los seres humanos de una u otra forma sabemos vender y vendemos.
Así llega ese momento en el cual cultivas un arte, como por ejemplo la carpintería y consideras que tus obras pueden servirle a alguien, y crees en ellas hasta el punto de que les pones el precio que tú consideras conveniente, les pones el precio que tú consideras “justo” para el tiempo o el esfuerzo que en ellas invertiste. Entonces abres tu negocio con todos estos hermosos objetos tallados a mano y pasan muchos clientes observando, diversa cantidad de personas pasa por tu puerta. Una mujer soltera, coleccionista de antigüedades observa las mesas con estilo medieval y dice: esto es lo que he estado buscando por años, me la llevo de inmediato y no me importa el precio!. De igual modo pasa por tu negocio una chica feliz de la mano de su pareja y le dice al oído: cuando tengamos dinero quiero una de estas hermosas mesas. También pasa por tu negocio un ama de casa (sin dinero, que atraviesa por un divorcio y tiene 3 hijos pequeños que mantener) que ve en tus mesas medievales un desperdicio de madera y un robo directo al consumidor, así que te grita: hey ¿por qué vendes estas porquerías tan caras? Y tú escuchas esto mientras estás tallando una a una mil mesas medievales por encargo y por alguna razón no te enojas, sólo dejas que ese cliente como muchos más, continúe con su vida, al fin y al cabo tú estás haciendo lo que crees justo, lo que te gusta, lo que te llama.
Ahora bien, ¿Quién tiene la razón, la mujer divorciada o el carpintero?
Ya sé que no es fácil determinarlo. La mujer divorciada tiene razones propias y poderosas para quejarse, estas razones son sus propios recuerdos, sus propias creencias sobre cómo tendría que ser la vida. Por otro lado, el carpintero se siente un artista y de acuerdo a sus propios recuerdos y creencias establece precios o formas de comercializar sus productos.
Todos los seres humanos tenemos razón y a la vez, no la tenemos. No somos culpables por no poder comprender en un momento determinado que el mundo que vemos es creación nuestra. No somos culpables por cuestionar la labor de alguien sea como esta sea. Lo hacemos porque así sucede, la vida sólo sucede y en ocasiones es demasiado tarde cuando nos damos cuenta de que sucedió y continúa sucediendo de la forma en que tiene que suceder. En todo ello hay una voluntad superior a ti y a mí, que desea que así sea o de lo contrario ¿Cómo podría ocurrir?.
Yo no tuve mucho que responderle a la mujer triste que comentó en mi Facebook, por una simple razón: YO SOY LA SUMA DE TODO LO QUE A ELLA LE HIZO SENTIR MAL. Yo Soy la sumatoria de los recuerdos de un cliente insatisfecho, de un vendedor aprovechado o de un cliente que sonríe porque considera que ha comprado un tesoro. Soy el entendimiento y el no entendimiento de los actos de las demás personas. Esto hace que en ocasiones no pueda responderte amorosamente o no pueda reaccionar de la forma que tú consideras correcta. Esto es lo que me convierte en un ser humano exactamente igual a ti y con las mismas posibilidades de convertirme en el más vil de todos si un recuerdo o un gatillo de esta naturaleza tocara a mi puerta.
Mi papá me decía: somos de todo un poco hija, y el hecho de que jamás hayas siquiera considerado la posibilidad de quitarle la vida a alguien, no significa que no lo harías. Se trata de dos cosas distintas.
A la mujer que inspiró este escrito le abrazo y le mando todo el amor del mundo, siempre supe que no era personal.
Este tema continuará en una próxima entrega. Gracias por leerme.
© Todos los derechos reservados. Vivi Cervera 2012.
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