Considerad al ser humano a lo largo de toda su existencia. Durante la niñez, se siente impulsado a tocarlo todo, recogerlo todo y llevárselo a la boca, incluso aquello que puede hacerle daño, porque la infancia es la edad del corazón, de la primera operación: suma. Durante la adolescencia, su intelecto empieza a manifestarse y comienza a rechazar todo aquello que le resulta desagradable, inútil o nocivo: resta. Cuando llega a la edad adulta, se lanza de lleno a la multiplicación: su vida se llena de mujeres, de niños, de sucursales, de toda clase de adquisiciones… Finalmente llega la vejez, piensa que pronto partirá hacia el otro mundo y escribe su testamento para legar sus bienes a unos y a otros: divide.
Así pues, el ser humano empieza acumulando, luego tira bastantes cosas. Pero lo que es bueno, debe plantarlo para multiplicarlo. Y, ¿qué debe plantar? Por ejemplo, sus buenos pensamientos y sus buenos sentimientos. He ahí la verdadera multiplicación. Y aquello que cosecha, puede dividirlo, es decir, distribuirlo.
Fuente: http://angelesamor.org
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