Martín Holguín
Era muy temprano. Ricardo Arellano se dirigía a la escuela cuando vio la cartera. La recogió, vio para todos lados, la guardo y siguió caminando. En su salón, la abrió. Contenía 120 pesos en billetes y monedas y una identificación. A sus 13 años, esa cantidad es muy buena. Pensó en quedársela, mas se imaginó la desesperación de quien la había perdido. Fue a la dirección de la escuela y la entregó. Pero anotó los datos para llamar más tarde al dueño.
Ricardo no sabía que era una investigación de la revista Selecciones cuyo fin era medir la honestidad de los niños y jóvenes. Cuando hablé con él, se mostró orgulloso de su acción, pues eso le había inculcado su mamá.
No muy lejos de allí, esa misma mañana, un niño no identificado, de unos siete años, vio otra cartera fuera de su escuela. La tomó, corrió hacia donde lo esperaba su mamá, le habló de su hallazgo y se la dió.
Ella la revisó, tomó los billetes, tiró la identificación y con las monedas “premió” al niño. El pequeño primero se sorprendió, pero después se gastó el dinero en golosinas.
Los dos menores fueron honestos. Entregaron las carteras sin tocar el contenido. La diferencia estriba en la reacción de los adultos. Es un buen momento para reflexionar sobre el mensaje y las bases que les estamos dando a niños y jóvenes.
Un chico decidió que la honestidad es el mejor camino y se preocupó por el sufrimiento ajeno. El otro supo que esa cartera no le pertenecía y se la entregó a la persona en quien más confía, pero ésta falló.
Los padres tenemos una gran responsabilidad. Si predicamos con el ejemplo, seguramente nuestros hijos serán honestos. Si no, ¿Qué podemos esperar de ellos en el futuro?
Una vez, en una tienda departamental vi a una niña que tomó un dulce y no lo pagó. Cuando su mamá se dio cuenta, regresó, hizo a la niña disculparse y le dio dinero para pagar. Difícilmente esa niña volverá a tomar algo que no es suyo.
Fuente: http://www.buenastareas.com
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