Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Estoy distraído, pensando en mis cosas, y caigo dentro. Me siento perdido, infeliz, incapaz de pedir ayuda. No ha sido culpa mía, sino de quien cavó allí ese agujero. Me enfado, me desespero, soy una víctima de la irresponsabilidad de los demás, y me quedo mucho tiempo allí dentro.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Finjo que no lo veo: no es problema mío. Caigo dentro una vez más. No me puedo creer que ha vuelto a ocurrirme esto: tenía que haber aprendido la lección y haber mandado a alguien para tapar el agujero. Me quedo mucho tiempo allí dentro.
Camino por la calle. Hay un agujero tapado. Lo veo. Sé que está ahí, porque ya he caído en él dos veces. No obstante, soy una persona habituada a realizar siempre el mismo trayecto. De manera que caigo por tercera vez. Es la costumbre.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Lo evito rodeándolo. Justo después de pasar, escucho a alguien gritando –debe haber caído en ese agujero. Cortan el paso por esta calle, y no puedo proseguir.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Pongo unas tablas encima. Puedo continuar mi camino, y nadie volverá a caer nunca ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario