sábado, 13 de abril de 2013

Mito-cuento sobre la inutilidad de los ancianos...♥


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Había una vez, hace muchos, muchos años, un lejano reino que estaba pasando por momentos de dificultad.  Durante muchos años la corona se había preocupado por todos sus súbditos, ayudándoles y supliendo sus carencias, llegando donde ellos no llegaban...  Pero las arcas del monarca se estaban quedando vacías, comenzaban a estar pobladas por telarañas...  Así que el joven consejero del rey, un auténtico genio de los números, mostró al jerarca unos cálculos en los que demostraba que los ancianos suponían un gasto terrible y que, sin embargo, sus limitaciones físicas les impedían aportar ingresos comparables a través del trabajo.
- Debemos deshacernos de los ancianos, majestad- dijo en el frío tono de aquél que no esntiende más que de números y estadísticas-. Nos aportan menos de lo que nos cuestan.  Sin ellos, podremos soportar durante más tiempo esta época de necesidad, hasta que lleguen tiempos mejores.
- ¿Quieres decir?-le preguntó el rey-. ¿No habrá otra solución?  Yo ya no tengo padre, pero pedir a mis súbditos que se deshagan de ellos no va a ser fácil.
-Apele a su egoísmo, sire.  Dígales que, sin los ancianos, los jóvenes podrán vivir mejor, más libres, sin tantas obligaciones...  Y disponiendo de muchos más recursos...  Le escucharán, ya lo verá...  Además, vos sois el rey...  No deis opción, dad la orden si queréis salvar vuestro trono.
Salvar el trono, la corona sobre su cabeza, las monedas de sus arcas...  Eso sí que caló en el alma del soberano, y ordenó que se desterrara a todos los ancianos de su reino.  Algunos jóvenes lloraron al separarse de sus padres, otros suspiraron aliviados al deshacerse de aquellos que les habían criado pero que ahora requerían de sus cuidados...  Sólo un soldado, Senectus, hizo algo a lo que nadie más se atrevió porque estaba castigado con la tortura y posterior ejecución: ocultó a su anciano y enfermo padre en el desván de su casa, en un cuarto secreto, y siguió ofreciéndole sus cuidados y brindándole su afecto...  Cuidando, eso sí, de que nadie se percatara de su presencia.
Tras el éxodo de los ancianos, el rey exigió el de los enfermos incurables, y más tarde el de los niños...  Aportaban menos de lo que producían, eran una carga para las personas y para las arcas del tesoro...  Los ciudadanos, liberados del gasto y del esfuerzo de cuidar y mantener a quienes habían estado bajo su cuidado, relajaron sus costumbres y disminuyeron también su eficiencia y cantidad de trabajo...  Sólo se preocupaban por su propio disfrute, hacían pivotar su vida alrededor de su goce inmediato, pues nada les empujaba a trascenderse...  Con lo que la recaudación de impuestos, en contra de los cálculos de tan previsor consejero, disminuyó sustancialmente...  Agravando las dificultades de la monarquía.
Pero el momento crítico llegó cuando la sequía asoló el reino, y las cosechas murieron quemadas por el sol...  No había nada que comer, no había salario que cobrar, ni impuesto que pagar.  La pobreza se extendía por el reino y, con ella, se encendía la mecha de la rebelión.  Consciente de que la situación se estaba volviendo explosiva, el rey y su consejero tomaron una decisión desesperada: reunieron a su ejercito y exigieron a sus soldados que trajeran comida -de donde fuera- en el plazo de una semana...  Si no querían ser inmediatamente ejecutados.  El miedo y la desesperación se reflejaba en la mirada de todos, gobernantes y gobernados...
Senectus llegó a casa con el rostro desencajado y su padre, que le conocía, se percató de su preocupación.
-¿Qué te sucede, hijo mío?- le preguntó.
-El monarca nos ha dado un ultimátum: o traemos comida o seremos ejecutados...  Pero los campos están secos y los de nuestros vecinos también, nuestros hogares carecen de alimentos...  Ni el trabajo, ni la conquista ni el saqueo pueden liberarnos de la condena...  He estado hablando con mis compañeros, y sólo nos cabe la huida o la muerte.
-Puede haber otra solución- respondió el anciano-.  Cuando, hace unos sesenta años, la sequía asoló estas tierras, recuerdo que un viejo sabio nos ofreció una solución al hambre que jamás se le habría ocurrido a nuestras por aquel entonces jóvenes mentes... "Seguid a las hormigas hasta sus despensas, son muy numerosas en estas tierras, y se aprovisionan de trigo para pasar todo el invierno...".  Seguidlas, hijo mío, acceded a sus depósitos, y encontraréis el alimento del que depende vuestra vida.  Haz caso a un anciano que no tiene fuerza pero sí experiencia, recuerdos y saberes que se perdieron con el paso del tiempo.
Senectus no lo dudó, presentó a la mañana siguiente como suya la ocurrencia y todos los soldados se pusieron a cavar donde había hormigueros...  Encontrando las reservas de trigo de las que les había hablado su compañero.  Llenaron varios sacos y los presentaron al rey, que no salía de su asombro.
- ¿Dónde habéis hallado el trigo?- preguntó con curiosidad.
- De los hormigueros- respondió el General de todos los ejércitos.
-¿De los hormigueros?- inquirieron al mismo tiempo el monarca y su consejero.
-Sí, fue una extraña pero exitosa idea de uno de nuestros soldados, majestad.
-Traedlo a mi presencia- exigió el asombrado rey.
Una vez Senectus llegó frente al trono y se postró ante él, oyó la pregunta de su soberano:
-¿Cómo se te ocurrió tan feliz idea, soldado?
-Temo responderos por miedo al castigo, sire- contestó Senectus.
-Si me respondes la verdad, prometo ante todos que no habrá represalia alguna contra ti...  Más bien te concederé aquello que pidas.
-No deseo nada más que cumplir con mi deber y protegeros a vos y a vuestros súbditos, majestad. La idea que a todos nos ha salvado de la hambruna no ha sido, en realidad, mía...  Sino de mi anciano padre que vive oculto en una habitación secreta que se encuentra en mi casa.  Cuando disteis la orden de exiliarlos, no pude alejarme de él: precisaba de mis cuidados para sobrevivir, y yo de su afecto, cariño y enseñanzas para no perderme a mí mismo...  Así que os desobedecí y le oculté.  Y, pese a haber compartido con él mi mantel, he trabajado duro y he ganado en riqueza y alegría en estos tiempos gracias a su consejo y apoyo, mientras que la pobreza y la tristeza han ido asolando a todos mis vecinos.
No hizo falta decir más.  En ese mismo instante, la venda que había cubierto los ojos del monarca con sus exactos cálculos, con sus valoraciones de ingresos y gastos, cayó al suelo y le permitió comprender que la realidad, la vida, está compuesta por mucho más que fríos números.  No todo puede cuantificarse, lo más importante escapa a la cantidad: la experiencia, el cariño, el calor de una sonrisa, el apoyo, la misericordia, la magnanimidad, la preocupación por el otro...  Todo eso no forma parte de la cuenta de resultados, no puede introducirse en en libro de ingresos y gastos...  Pero es imposible obtener beneficio o éxito alguno si se carece de todos esos tesoros que nos hacen más humanos y felices.
Una nueva orden fue emitida desde palacio: todos los exiliados podían volver a sus hogares, y un consejo de ancianos substituiría al joven consejero que, con su frialdad e inexperiencia, había estado a punto de sumir al reino en la más oscura de las tinieblas.
No tomemos por lastre, lo que es en realidad una joya.  No nos deshagamos de aquello que supone un tesoro para el presente y futuro de nuestra existencia.  No nos dejemos llevar por la comodidad y el egoísmo: los ancianos, los enfermos y los niños deben ocupar un lugar de privilegio en nuestras vidas, en nuestras casas y en nuestras sociedades...  Si es que queremos vivir en un mundo cada vez más humano, justo y solidario.  De lo contrario, se cumplirá la profecía de Hobbes y los hombres nos volveremos lobos para el hombre...  Hambrientas fieras que nos depredaremos unos a otros, animados por un egoismo sin límite ni freno.
Aprendamos de los cuentos, despertemos: cambiemos la mentalidad del depredador por la del jardinero...  Sólo así haremos de esta árida tierra un nuevo jardín del Edén.
VÍA MEDITACIONES DEL DÍA

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