lunes, 18 de marzo de 2013

ME HAS CAÍDO BIEN NADA MAS CONOCERTE...♥


Ricardo Ros

Solemos tener unas primeras impresiones sobre los demás, nada más conocerlos. Estas impresiones son automáticas y, según una reciente investigación, estas primeras impresiones no se cambian en las dos terceras partes de las veces, ni siquiera cuando la relación se mantiene durante meses. Las primeras impresiones se producen porque eliminamos información, distorsionamos otra y generalizamos el resto. Tus ojos, oídos y tacto están siendo constantemente bombardeados por estímulos exteriores que no tienen la suficiente intensidad o importancia como para llegar a la conciencia. Estos estímulos, una vez están dentro del sistema nervioso, son simplificados e inhibidos, perdiéndose parte de la información.

Por ejemplo, si conocemos a una persona por primera vez, quizás somos conscientes de su aspecto físico o de sus palabras, pero habrá múltiples detalles en su comunicación que se perderán. Entonces, como el cerebro necesita cerrar las percepciones, lo que hará será completar las piezas que faltan, recomponiéndolas e inventando lo que no tiene sentido. Para ello buscará experiencias pasadas o generalizará algunos aspectos.

Cuando suponemos algo sobre una persona o sobre una situación nueva sin comprobarlo previamente, es probable que nos equivoquemos. Percibimos lo que estamos acostumbrados a percibir, en función de nuestros deseos, necesidades o historia pasada.

Solemos tener prejuicios, no sólo ante personas individuales, sino también ante grupos. Pensamos que los argentinos son de una determinada manera y los mexicanos de otra, que los gordos son todos iguales y que los gitanos o los de religión musulmana están todos cortados por el mismo patrón. Esto es una forma muy importante de ganar tiempo, porque así no tenemos que decidir cada vez que conocemos a un mexicano si escapa o no al estereotipo (un amigo mío argentino dice que todas las generalizaciones son mentira, excepto las que se dicen sobre los mexicanos. Ojo, mexicanos, es sólo una broma, apelo al buen humor que tienen todos los mexicanos). Pero, de la misma manera que sirve para ganar tiempo, es también una extraordinaria manera de equivocarnos y destrozar la comunicación.

Al estereotipar, clasificamos a las personas y evitamos sobrecargas de tipo cognitivo. Es más fácil manejarse con un reducido número de categorías que tener que establecer una nueva categoría para cada persona nueva que conocemos. Pero estereotipar basándose en aspectos biológicos (razas o color de la piel) o en aspectos religiosos, nos lleva a adoptar prejuicios dogmáticos que ya entran dentro de la categoría de creencias.

Esto nos lleva a hablar del efecto Pigmalión, es decir, de las profecías autocumplidas. En una investigación, se le dijo a un profesor que iba a dar clase a un grupo de alumnos extraordinariamente brillantes, con un cociente intelectual elevadísimo. En realidad, los alumnos habían sido elegidos al azar, pero los resultados del curso fueron espectaculares. Las profecías autocumplidas forman parte de las primeras impresiones. Si crees que alguien va a actuar de una determinada manera, lo más probable es que le transmitas de forma no verbal tus expectativas y que esa persona actúe de acuerdo con ellas. Un paciente mío relataba que la gente le rechazaba, lo evitaba. No era para menos, ya que él no establecía contacto ocular, andaba encogido, fruncía el ceño, no hablaba mas que con síes y noes y su cuerpo estaba permanentemente cerrado y rígido. Los demás, al ver esto, cumplían sus expectativas, con lo que le confirmaban sus temores y se cerraba el círculo. El Efecto Pigmalión se puede utilizar de forma muy positiva y, de hecho, muchos vendedores, por ejemplo, lo utilizan cotidianamente con éxito. Basta con imaginar que las cosas van a funcionar de forma correcta.

Las distorsiones paratácticas, de esto estamos hablando, consisten en prejuicios automáticos positivos o negativos. Entramos en una habitación llena de gente y nos dirigimos directamente hacia alguien que nos atrae sin una razón determinada, con una sensación de conocerla desde hace años. O lo contrario, evitamos a esa persona sin haberla tratado nunca. La distorsión paratáctica se produce porque asociamos a esa persona con personas que hemos conocido con anterioridad y nos fijamos en su corte de pelo, en su forma de vestir o, por ejemplo, en su bonito acento mexicano (bueno, bueno, no volveré a decir nada de los mexicanos). Esto suele conllevar grandes confusiones y malentendidos, ya que otorgamos a la nueva persona todas las virtudes y defectos de la otra persona de nuestro pasado.

Las distorsiones paratácticas son inconscientes y es muy difícil luchar contra ellas. Cada vez que sientas una atracción o un rechazo completamente irracional hacia alguien que acabas de conocer, pregúntate si algunos de sus rasgos te recuerda a alguien que has conocido en el pasado. Si es así, aclara tus primeras impresiones, rompe los malentendidos.

¿Qué opinas?

Fuente: http://www.ricardoros.com

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