sábado, 9 de febrero de 2013

EL RELOJ INTERNO...♥


Dentro de cada uno hay un reloj que nos indica los momentos de cada nuevo emprendimiento, de los términos, de las continuidades o de los finales de las situaciones que vivimos.
Hay que aprender a sentir su tic-tac, a aproximarnos al mensaje que nos transmite y a hacerle caso.
Uno sabe muy bien cuando un tiempo se ha acabado, así como también intuye cuando algo comienza y en qué punto lo hace.
No vale alargar las situaciones cuando han tocado a su fin, al igual que es absurdo negarnos a entrar en aquello que nos abre su puerta y nos da paso.
Hemos comentado, muchas veces, que hay que vivir y que hay que hacerlo plenamente, sin arrepentimientos y sin vacilaciones que nos obliguen a admitir, finalmente, la pena que sentimos por no haber hecho lo que la vida nos ofrecía.
Hay que olvidarse de la utilidad para centrarnos en la importancia y el valor de las personas que conocemos o de las cosas que hacemos.
Hay que perder de vista la funcionalidad y la eficacia tan valoradas en nuestro mundo. A veces, uno tiene que “perder el tiempo” en observar, en escuchar, en apreciar o en estimar lo que hay de bueno y bello a su alrededor, o lo que provoca pena y compasión.
Nuestro reloj interno no da por perdidas las horas y el tiempo de generosidad para con nosotros mismos.
Estamos demasiado acostumbrados a ceder nuestro tiempo a otros, a dedicarnos a lo urgente sin atender a lo necesario, a invertir en lo que produce y cuantifica sin pensar que hay valores sin precio que deberían presidir cada una de nuestras intenciones.
El tiempo es un concepto cada vez más superado. Todo es relativo y ajustarnos a las manillas del reloj nunca es exacto. ¡Cuánto pasado vive en nuestro presente!, ¡cuánto futuro comparte con esas dos categorías nuestros días y sobre todo, nuestras noches!.
Poner en marcha el reloj interno equivale a aprender un nuevo cómputo del tiempo. Una forma de contar que nada tiene que ver con la secuenciación del péndulo y que de alguna forma se relaciona con los ritmos internos de la vida, aquellos que no se ven, los que solamente se sienten con el corazón.
De hecho, posiblemente lo único que quede del tiempo real sea eso: la percepción, el recuerdo y la vivencia de períodos en los que fuimos otros o la necesidad de ser distintos en los momentos que quedan por venir.
Con esa masa moldeamos el presente continuo en el que nos instalamos día a día y con ella también horneamos cada uno de los sueños con los que vamos sobreviviendo a la realidad.


VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE

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