Suponiendo que le pediría una limosna, le preguntó:
- ¿Qué quieres?
El mendigo lo miró y le dijo:
- Me preguntas de una manera… como si tú pudieras satisfacer mi deseo.
El emperador le respondió:
- Por supuesto que puedo satisfacer tu deseo… ¿Cuál es?
Y el mendigo mirándole a los ojos contestó:
- Piensa dos veces antes de prometer.
El emperador, comenzando a molestarse, pero insistió:
- Te daré cualquier cosa que pidas. Soy una persona muy poderosa, y extremadamente rica… ¿qué puedes tú desear que yo no pueda darte?
El mendigo sonrió:
- Se trata de un deseo muy simple… ¿ves esta bolsa que llevo conmigo?… ¿puedes llenarla con algo valioso?
- Por supuesto – dijo el emperador. Llamó a uno de sus sirvientes y le ordeno que llenara de dinero la bolsa.
El sirviente así lo hizo, pero según echaba el dinero en la bolsa, este desaparecía. Así que echó más y más y todo iba desapareciendo al instante. Es decir, que la bolsa del mendigo siempre permanecía vacía.
El rumor de esta escena corrió rápidamente por toda la ciudad y entonces una gran multitud se reunió en el lugar, poniendo en juego el prestigio del emperador.
- - Estoy dispuesto a perder mi reino entero, pero este mendigo no se va a salir con la suya, ya que me dejará en ridículo frente al pueblo.
Era el atardecer y habiendo quedado el emperador ya sin ninguna cosa que colocar en la bolsa del mendigo (habiendo llegado incluso a desprenderse de joyas que habían pertenecido a su familia por siglos), se tiró a los pies del mendigo y, admitiendo su derrota, le dijo:
- Has ganado tú, pero antes que te vayas, satisface mi curiosidad: ¿cuál es el secreto de tu bolsa?
El mendigo contestó:
- ¿El secreto? Simplemente está hecha de deseos humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario