viernes, 21 de septiembre de 2012

UN MENSAJE PARA SU MUJER...♥



–¿Y por qué te habla a ti y a mí no? ¡Si yo soy su mujer!

–Porque usted no quiere hablar con él. Me lo dijo anoche.

–¿Otra vez soñaste con él? ¿Ves? ¡Qué rabia! Estoy sufriendo tanto, lo único que quiero es verlo otra vez, hablar con él, ¡y él sólo te habla a ti!

Las dos mujeres comparten un café con galletas en la mesa del comedor. Elena, preocupada por su tía, quiso visitarla ese día después de salir de su trabajo.

–Sí, tía, pero eso es así precisamente porque yo no me siento tan afectada como usted con su muerte –Elena se pone de pie y se acerca a su tía Adriana, hermana de su madre, de quien siempre ha admirado su fortaleza y confianza en sí misma.

Verla tan acongojada en estos momentos, luego de la reciente muerte de su esposo de toda la vida, le genera a Elena una especial ternura y muchas ganas de ayudarla en lo que pueda.

–Cuéntame tu sueño –le pide Adriana, secándose las lágrimas con un pañuelo desechable. Ahora los lleva siempre a mano.

–En mi sueño la veo a usted en el departamento de Viña. Está sentada sobre el tacho de basura, en la cocina, muy molesta porque siente que no es reconocida por algo, no sé qué, pero lo que usted dice es que está sufriendo mucho… –Elena baja un poco el tono de voz–. Y entonces me mira y me dice: "tú no sabes el dolor que significa esto".

Ante esa última frase, los ojos de Adriana nuevamente se inundan de lágrimas. Elena baja la vista, pero su tía pone su mano sobre la que Elena tiene apoyada en la mesa, animándola a continuar.

–Bueno, luego de decirme eso, usted llora un poco y se pone de pie para irse a su dormitorio, pero yo la detengo para abrazarla. Entonces pienso en el tío y le pido que aparezca ante nosotras, porque yo sé que usted quiere verlo. Ante mi petición, comienza a temblar suavemente y aparece mi tío en medio de la sala del departamento. Yo, muy asombrada, y con una profunda tristeza le digo: "¡Tío, no sabe cuánto lo hemos extrañado!" Y un poco abrumada le pido "tiene que hablar con su señora". Y en ese momento usted sale del dormitorio y pasa junto a él sin mirarlo, aun sabiendo que está ahí. Él se encoge de hombros y me dice "pero es que ella no quiere hablar conmigo". Y luego me da este mensaje para usted: "Dile que se ponga más colores en la cara."

–¡Cómo que no quiero hablar con él! –se altera Adriana. –¡Pero si es lo único que quiero!

–Tía… ¿Veamos un poquito el sueño? Quizá la pueda ayudar. Dígame, ¿qué es la basura?

–¿La basura? Bueno, los desechos, lo que ya no sirve.

–¿Y siente usted que está en este momento sentada o apoyada sobre desechos?

–En algún sentido puede ser… Lo que siento es que soy yo la que ya no sirve para nada. Estoy tan mal, tan tremendamente triste, desolada, que siento que dejé de ser la de antes. Soy como los desechos de mí misma –Adriana deja salir un suspiro.

–Está bien. Y dígame, en relación con esta pena que usted siente, ¿en qué sentido no se siente reconocida?

–No sé si es "reconocida" la palabra, pero la sensación que tengo es de no ser comprendida en mi pena. Mis amigas intentan ayudarme y hacerme sentir bien haciendo lo posible por no hablarme de él, pero eso es lo único que yo quiero hacer y ellas no lo comprenden. Y, además, quisiera verlo, hablarle, aunque sea en sueños, ¡pero te habla a ti y no a mí!

–Usted me dice "aunque sea en sueños". ¿Será que hay una parte de usted que no acepta que se haya ido y en verdad quisiera verlo aquí de cuerpo presente?

–¡Claro que sí! –Adriana suelta el llanto que tenía atravesado en su garganta. –Es que me dejó sola, Elenita, me dejó sola. ¡Cómo me deja sola a esta edad! ¡Qué voy a hacer yo ahora sin él!

–¿Hay momentos en que siente rabia con él por haberla dejado? –Elena se asusta un poco de hacer esta pregunta, pero sabe que es fundamental.

Adriana aprieta sus dientes y apoya su cabeza entre sus manos. La rabia comienza a subir desde su vientre pasando por su pecho y llegando a tensionar los músculos de su cuello.

–Ay, sí, sí, ¡sí que tengo rabia! ¡Lo odio por haberme dejado sola! –ante esta declaración, Adriana explota en un llanto que por momentos parece no querer detenerse.

Elena no hace nada, sólo permanece ahí sentada en su silla, esperando. Hasta que finalmente Adriana logra calmarse.

–Pero realmente no lo odio, Elenita, no vayas a pensar eso… –intenta aclarar Adriana, arrepentida por sus palabras desbandadas.

–Tía, es que está bien sentir rabia y, sobre todo, está bien ser consciente de ella. ¿Se da cuenta que es por eso que mi tío no ha podido hablarle hasta ahora en sueños?

Adriana sólo asiente con un movimiento de su cabeza.

–Bueno, yo creo que ahora ya podrá hacerlo –comenta Elena, con una sonrisa. –Pero aún nos falta la última parte del sueño. ¿Qué le habrá querido decir el tío José con eso de que se ponga más colores en la cara?

–Ah, cierto… Es que ya no quiero arreglarme, maquillarme, nada. Desde que José falleció que ya no me importa cómo me veo.

–Pero sí importa pues, tía. Usted aún sigue aquí y él la sigue amando. Tanto, que quiere que usted esté tan bonita y tan contenta como siempre.

–Gracias, linda. Muchas gracias.

Edna Wend-Erdel

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