Leí una vez un proverbio chino que decía algo así: “La gente se arregla todos
los días el cabello, ¿por qué no el corazón?”. Quizás la palabra clave para
comprender los problemas de hoy sea una sola: desarmonía.
Hay una armonía escondida
en la naturaleza: la sucesión de las estaciones, el equilibrio ecológico de las
especies, el del clima, la tierra y el mar. El gato de la esquina sabe
relajarse, yo no. Para él es un proceso natural instintivo. Yo, como tengo
cerebro, puedo elegir entre relajarme o no parar. Nuestra sociedad ha elegido no
parar, eso que llaman estrés y deberíamos llamar simplemente desarmonía.
Tal aceleración provoca
ansiedad, mal humor, agresividad, angustia. Con la desarmonía bajan nuestras
defensas y vienen las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El problema es que
esto del estrés es como una droga inyectada en la sangre, que lejos de saciar
pide más actividad, mayor rapidez y huida. Cada vez resulta más difícil
detenerse. De aquí que la gente odie el silencio. Lo evita con cascos para
escuchar música, con deportes de riesgo, fines de semana frenéticos, velocidad,
comida, viajes, sexo, nuevas sensaciones, alcohol, compras, espectáculos. Todo
menos sentarse y respirar.
Cuando respiras en
silencio se va produciendo una toma de conciencia de todo el ser y las piezas
del cuerpo y el alma comienzan a recobrar su conexión, su armonía, como los
instrumentos de una orquesta sinfónica.
Quizás la situación
dispersa en la que vivimos ahora mismo esté llegando a su límite. Hay gente que
no puede soportar la saturación de vehículos en la carretera, los viajes cada
vez más complicados en avión, las esperas, la aglomeración en los grandes
almacenes, el exceso de impactos publicitarios, el bombardeo informativo, la
cara omnipresente de los políticos, la comida basura, el exceso de
prohibiciones, el Estado padre, madre y maestro, la música estridente, el
altavoz del vecino, las exigencias del jefe, la competencia del compañero, los
gritos de la vecina, la tele todo el día encendida…
Hay gente que necesita
pararse y respirar. Quizás la primera vez requiera un esfuerzo, suponga un
vértigo. La segunda notarás que tienes pulmones y que tu pie toca una partitura
que forma parte de la sinfonía que dirige tu cerebro. “No se puede impedir el
viento, pero pueden construirse molinos”, aseguran los holandeses. Quizás no
podamos apearnos de este mundo lanzado como un prototipo de Fórmula 1, pero
empezaremos a darnos cuenta de que vamos a toda velocidad. Y eso es una manera
de despertar del engaño.
A través del estudio de
una sociedad estresada y del trabajo de las técnicas de relajación, es preciso
ofrecer un camino para peinarse algo más que el cabello cada mañana. Pues
respirar en silencio viene a ser algo parecido a recuperar nuestro ser. Dice el
poeta Antonio Colinas: “Que respirar en paz la música no oída / sea mi último
deseo, pues sabed / que, para quien respira / en paz, ya todo el mundo/ está
dentro de él y en él respira”. Éste es el mejor, por no decir el único descanso
y la manera de ir curando nuestro agobiado corazón.
Fuente: Pedro Miguel Lamet
No hay comentarios:
Publicar un comentario