jueves, 14 de junio de 2012

LOS CRISTIANOS ARRASTRAMOS UN SENTIMIENTO DE CULPA...♥



Parece ser que los cristianos arrastramos un sentimiento de culpa atávico, casi genético, por la crucifixión de Jesucristo.

La Iglesia nos ha hecho creer que murió por salvarnos, y nos hace creer que tenemos una deuda eterna con la culpa por ese motivo.

Nos tenemos que “redimir”.

No creo que Jesucristo hiciera lo que hizo pensando en achacarnos que somos nosotros los responsables.

Cuando visité la Iglesia de las Flagelaciones en Jerusalén, viví una experiencia que puede ilustrar esto.

Como iglesia tiene poco que ver, así que para hacer tiempo mientras el resto del grupo terminaba de visitarla, me senté en uno de los bancos, cerré los ojos, e inicié una relajación que se vio interrumpida pronto por unas voces que escuchaba dentro de mí. En mi interior, sentía la imagen difusa de Jesucristo atado y recibiendo latigazos. Escuchaba el chasquido del látigo, el posterior golpe, y cómo alguien los iba contando en un idioma que no era el español. Escuché una cierta cantidad, veinte o veinticinco. A medida que iban sumándose, una intranquilidad incontrolable se apoderaba de mí. Lloraba por dentro, hasta que llegó un momento en que se me hizo insoportable seguir escuchándolos, y entonces grité: “yo no he sido, yo no he sido…”

Allí me di cuenta del sentimiento de culpa que alguien me ha hecho sentir desde la infancia por este motivo.

También soy culpable, por lo que dicen, de que Adán y Eva hicieran lo que hicieron, y de que los humanos hayamos sido expulsados –metafórica o espiritualmente- del Paraíso, y de que no seamos puros y perfectos y tengamos que estar buscándonos.

Y parece ser que también soy culpable de unos sentimientos o pensamientos que alguien califica de “impuros”.

Y arrastro la culpa –que no sé de dónde surge-, de no haber querido lo suficiente a mis progenitores, de no haber dado todos los abrazos que pude dar, de tomar una decisión que después se demostró que no era la mejor, de no haber estudiado más, de no disfrutar lo suficiente mi infancia, de no ser lo suficientemente sabio y equilibrado, de no saber callar a veces y de no decir lo que tenía que decir en otras ocasiones; de haberme perdido muchos amaneceres, de no tener una mejor economía, de no haber escogido la pareja ideal, de tener poca fe…

Al hecho de no cumplir una expectativa o norma, tengo asociado un sentimiento de culpa.

Y, por eso, merezco un castigo.

Y es un castigo moral que me afecta psíquicamente.

Me hundo.

No puedo mirar a la vida con la cabeza alta.

El enfado viene contra mí.

Yo contra mí.

Yo soy la sufriente víctima y el implacable verdugo.

El caso es que tengo la llave y el perdón en mi mano, pero me los niego.

Parece ser que tengo que penar lo que hice.

Qué cruel injusticia…



De las culpas sólo nos deberíamos quedar con el aprendizaje, para no volver a repetir aquello que nos creó el sentimiento.

Es necesario utilizar toda nuestra capacidad de comprensión, de aceptación, de amor, de perdón, para rebelarnos contra la culpa, y no seguir martirizándonos y hundiéndonos a causa de ella.

Es mejor amar, a pesar de sus imperfecciones, a esta criatura creada por Dios que somos.

Francisco de Sales

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