El honor, el compromiso y la entrega de nuestra dignidad, antes tan valorados en los pactos verbales, no tienen cabida en un mundo de mentiras en los que ya nadie confía en nadie.
Llega hasta mi mente el dulce D. Quijote de la Mancha, empeñado en rescatar el valor de la palabra dada y el honor de morir por ella si fuese necesario…
Hemos abandonado uno de nuestros más preciados dones, el de comprometernos con una voluntad y una seriedad de entrega hasta sus últimas consecuencias. La credibilidad es solamente un recuerdo. Se ha legitimizado al mentiroso, al que engañando parece más listo que el resto y al que enredando a los demás consigue lo que otros no tienen con su recta conducta.
Los contratos, cuando se establecen en el mundo emocional dejan a éste desprovisto de su magia y el encanto de vivir en libertad lo que uno ama dando paso a la obligación legítima de estar encadenado a un papel firmado.
He pensado muchas veces que si el matrimonio es necesario para formalizar la sociedad económica que se inicia al contraerlo, no tiene misión cuando lo llevamos al terreno de los afectos. Nada puede atar el amor más que el amor mismo. Por lo que tampoco un documento logra encadenar al corazón. Si coincidimos en que esto es así y que el inicio de la empresa familiar da cobertura a la parte económica solamente, debería ser un contrato renovable donde la libre disposición de ambos pudiese decidir continuarlo o clausurarlo definitivamente.
De este modo podríamos saber con certeza si el amor que unió a esas personas sigue existiendo, si es tan fuerte como para continuar o si en realidad solamente se sobreentiende que uno se ama pero es mejor no decirlo para no tener que forzar lo que no se siente.
No hay ataduras para un corazón con alas, ni cadenas que puedan someter la ilusión, la fantasía ni el sentimiento puro.
Solo entiendo el amor en absoluta libertad. Y lo único que puede vincularnos a otra persona es el amor único y diferente que nos provoque. El resto nada importa.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
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