En la escuela de la vida no hay graduación. Cualquiera que se sienta “graduado” hace morir su creatividad, pues va perdiendo la capacidad de asombrarse de los misterios que la gobiernan. Todo se vuelve común para él, no habiendo nada que lo anime y lo estimule. En la escuela de la vida, el mejor alumno no es el que está consciente de lo que sabe, sino de cuánto no sabe. No es aquel que proclama su perfección, sino el que reconoce sus limitaciones. No es aquel que proclama su fuerza, sino el que educa su sensibilidad.
Texto adaptado del libro:
"El Maestro de las emociones".
Augusto Cury
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