Pienso preocupado en una parte del mundo, que vive entregada,
sin concesiones, a la obsesión por disfrutar únicamente de lo bueno.
Pero, ¿qué ocurre cuando toca pasarlo mal?
Una sociedad que exalta el gozo, la felicidad, el disfrutar de la vida,
crea un abismo entre la satisfacción y el dolor.
Nuestra vida, cargada de todo tipo de experiencias,
transita entre estados internos que nos causan tanto
placer como sufrimiento.
Por supuesto, intentamos evitar lo segundo y permanecer
en el bienestar emocional. Pero la riqueza de la visa no consiste
en ahuyentar los días grises de nuestro corazón, sino vivirlos con
la misma integridad que los días radiantes.
¿Acaso no son las tempestades las que hacen más bello el cielo azulado?
¿Acaso no es la noche la que hace necesario el día?
Entonces,
Por qué no reconocer también nuestros estados menos eufóricos.
Por qué no a aceptar que está bien sentirse apagado.
Es correcto, aunque no te sientas bien.
Y está bien que quieras sentirte mejor,
pero sin exigencias, sin forzarse.
La clave está en la aceptación transformadora
y en la idea de que somos más de lo que sentimos.
La otra clave: la fortaleza de levantarse una vez se ha caído.
Una fortaleza que se consigue cuando se ha aprendido de la debilidad.
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