Solemos pensar que nuestro mundo es más importante que el de los demás. El exceso de importancia que otorgamos a nuestra realidad suele ser inversamente proporcional al respeto de la realidad del prójimo. La siguiente historia lo ilustra a la perfección:
En una iglesia, mientras está cantando un numeroso coro, un obrero se pone a dar golpes con su martillo para realizar su trabajo. El cura, molesto, hace callar al coro. Entonces el obrero les dice con una amable sonrisa:
- No, no cesen de cantar, no me molestan para nada.
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