Cuando nos abrimos a recibir mensajes y orientación de nuestro Ser Superior, la Fuente, Gaia, la Madre Divina, el Padre Divino, los Guías y Ángeles –lo que yo denomino «nuestro séquito»–, solemos abrirnos y convertirnos en personas receptivas dispuestas a aceptar lo que viene. Pero entonces, cuando el mensaje llega, lo pasamos por alto. Recibo muchísimos e-mails de gente que me pregunta cómo hacer para poder escuchar a nuestro séquito, cómo discernir si proviene de una fuente positiva y benévola, y cómo comprender su significado.
Lo primero es, como hacemos todos, tener una actitud abierta y estar dispuestos a recibir la orientación y la información. En segundo lugar, aprender a discernir lo «real» del ego o de las entidades negativas. Esto se logra reconectando con nuestro cuerpo, escuchándolo con mucha atención. Si escuchamos con nuestro cuerpo, el cuerpo nos dará la respuesta. Por ejemplo, una punzada en el estómago cuando decimos algo que no nos sienta muy bien. O la apertura del corazón cuando expresamos amor y felicidad.
En tercer lugar, necesitamos establecer un lenguaje que podamos comprender a la hora de recibir la información. Los indígenas de todo el mundo han hecho esto durante miles de años. Este lenguaje está íntimamente ligado a nuestra cultura y es sumamente subjetivo, con lo cual en ocasiones otras personas no podrán comprenderlo a menos que se lo expliquemos. Por ejemplo, alguien podría decir que una determinada persona irá a visitarlo ese día porque una hoja cayó de un determinado árbol mientras un pájaro rojo empezaba a cantar exactamente a las 11.11 de la mañana. Y muy probablemente, sin previo aviso, esa visita se presentará ese día.
Hace muchos años leí un libro de Paulo Coelho, uno de mis escritores favoritos. En el libro, él mencionaba que había decidido inventarse una señal para escribir un libro. Todavía no había escrito ningún libro, pero quería hacerlo. Así que se fue de peregrinación (él es católico) y dijo:
«Si hoy veo una pluma blanca, entonces será una señal que me da Dios para escribir un libro. Y luego vi ésta pluma blanca en el escaparate de una tienda. Y desde entonces, cada dos años, en enero, necesito ver una pluma blanca. Y el día que la veo, empiezo a escribir».
Al leer esto, decidí que yo también usaría la pluma blanca como parte de mi lenguaje de orientación. Decidí que la usaría como una señal positiva que me confirmaría que iba por el camino correcto, o bien que necesitaba prestar atención a algo que llegaría hacia mí.
La forma en la que yo personalmente recibí las plumas blancas también fue muy importante. Una me estaba esperando en la puerta, otra cayó en mi regazo mientras me sentaba. Y una de mis favoritas fue cuando mi cuarto hijo tenía cerca de dieciocho meses. Yo estaba muy, muy cansada (físicamente), como bien sabrá cualquier padre que se dedica a tiempo completo a su hijo de dos años. Además, estaba recibiendo la información para un libro, y no sabía si debía empezar a escribirlo en aquel estado de cansancio (la energía que ponemos al escribir o hablar se plasma en las palabras y llega a otras personas), o si dejarlo para un par de años más adelante hasta que mi hijo fuera un poco más grande.
Fuimos a un parque, yo internamente pedía una pluma blanca si verdaderamente tenía que seguir adelante con el libro, y mi hijo insistía en que no necesitaba su cochecito de paseo mientras se tambaleaba por el camino. De repente se dirige hacia un árbol. Hace mucho calor aquí en Sacramento, así que un árbol siempre es una buena zona de descanso. Llevé el cochecito hacia el césped y seguí a mi hijo. Iba caminando deprisa, cayéndose y levantándose varias veces, corriendo, y cuando llegó hasta el árbol empezó a hacer esas encantadoras vocecitas que hacen los niños pequeños cuando encuentran algo maravilloso.
Aparqué el cochecito, saqué una manta y la estiré en el césped. Mi hijo volvía corriendo realmente contento y al acercarse vi lo que había encontrado. Era la pluma más sucia, con el aspecto más penoso que había visto en mi vida. ¡Y era enorme! Me quedé boquiabierta del gusto y la felicidad que sentía.
Era una pluma de aspecto penoso, pero me trajo muchísima alegría. El mensaje era claro, una pluma blanca es una pluma blanca, no hace falta que sea perfecta para que aporte amor e inspiración.
Mi hijo me vio tan alegre y feliz que durante los meses siguientes siguió buscando cuidadosamente más plumas, porque las plumas ponen contenta a mamá :)
Avanzamos unos años hasta el presente. Hace dos semanas recibí varios mails de distintas personas de Estados Unidos pidiéndome que contactara con su amigo «Willy Plumablanca», un cheroqui muy querido y respetado.
Plumablanca. Un nombre que no pude ignorar. Lo llamé de inmediato y quedamos en vernos unos días más tarde.
Willy Plumablanca ha estado enseñando la conexión entre los acontecimientos sincrónicos y el pensamiento humano durante años. De hecho, este resumen se queda corto con respecto a lo que él tiene para ofrecernos. Su lenguaje es sumamente subjetivo y pocas veces comprendido por la mente occidental. Pero su mensaje es claro. Lo que hacemos, lo que todos nosotros hacemos, pensamos y sentimos afecta a Gaia, a nuestra Madre Tierra. Y es por eso que tenemos la capacidad y el poder de ayudarla en su transición.
Cuando la Fuente me envía una Pluma Blanca, yo escucho.
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