En el transcurso de nuestras existencias cambiamos de sexo, religión y raza con el objetivo de aprender desde todas estas perspectivas. Es como si fuéramos siempre a la escuela. Regresamos repetidas veces para aprender determinadas lecciones o cualidades como el amor, el perdón, la comprensión, la paciencia, la conciencia o la no violencia. Debemos olvidar otros sentimientos que son producto de viejas imposiciones, como el miedo, la ira, la codicia, el odio, el orgullo o el ego. Sólo entonces obtendremos la licenciatura y abandonaremos esta escuela. Tenemos todo el tiempo del mundo para aprender y desaprender. Somos inmortales; somos infinitos; somos de la misma naturaleza que Dios.
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