“Sobre el camino:
El hombre santo reunió a sus amigos:
- Estoy viejo- le dijo.
- Y sabio- respondió uno de los amigos.
- Durante todo este tiempo, siempre te vimos rezando. ¿De que hablas con Dios?
- Al principio, yo tenía el entusiasmo de la juventud. Le pedía a Dios que me diera fuerzas para cambiar la humanidad. Poco a poco empecé a darme cuenta de que esto era imposible y entonces empecé a pedirle a Dios que me diese fuerzas para cambiar a los que estaban a mi alrededor. Ahora que ya soy viejo, mi oración es muchos más sencilla. Le pido a Dios lo que debería haberle pedido desde el principio.
- ¿Y que es lo que pides? -quiso saber el amigo.
- Le pido ser capaz de cambiarme a mi mismo.
No queda nada:
Un novicio estaba en la cocina, lavando las hojas de lechuga para el almuerzo, cuando un viejo monje –conocido por su rigidez excesiva, que obedecía más al deseo de autoridad que a la verdadera búsqueda espiritual- se aproximó.
-¿Puedes repetirme lo que el superior del convento ha dicho hoy en el sermón?
- No consigo acordarme. Solo se que me gustó mucho.
El monje se quedó estupefacto.
-¿Justamente tú, que tanto deseas servir a Dios, eres incapaz de prestar atención a las palabras y los consejos de aquellos que conocen mejor el camino?
Es por eso que las generaciones actuales están tan corrompidas; ya no respetan las enseñanzas de los mayores.
-Mira lo que estoy haciendo –respondió el novicio-. Estoy lavando las hojas de lechuga, pero el agua que las deja limpias no queda prisionera de ellas, sino que termina siendo eliminada por la cañería del fregadero. Del mismo modo, las palabras que purifican son capaces de lavar mi alma, pero no siempre permanecen en la memoria.
No voy a estar recordando todo lo que me dicen solo para probar que soy culto y superior a los demás. Todo aquello que me aligera, como la música o las palabras de Dios, termina guardado en un rincón secreto de mi corazón.
Y allí permanece para siempre, saliendo a la superficie solamente cuando necesito ayuda, alegría o consuelo.
La ventana y el espejo:
Un joven muy rico fue a ver a un rabino y le pidió un consejo que lo guiara en la vida.
El rabino lo condujo a la ventana:
-¿Qué es lo que ves a través del cristal?
-Veo hombres pasando y un ciego pidiendo limosna en la calle.
Entonces, el rabino le mostró un gran espejo:
-Y, ahora, ¿Qué ves?
-Me veo a mi mismo.
-¡Y ya no ves a los otros! Fíjate que tanto la ventana como el espejo están hechos de la misma materia prima: el vidrio. Pero en el espejo, al tener éste una fina capa de plata cubriéndolo, solo te ves a ti mismo.
Debes compararte a estos dos tipos de vidrio. Cuando eras pobre, prestabas atención a los otros y tenías compasión de ellos. Cubierto de plata -rico-, solo consigues admirar tu propio reflejo.”
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