Durante una comida en el monasterio de Sceta, el padre de más edad se levantó para servir agua a los demás. Con gran esfuerzo fue de mesa en mesa, pero ninguno de los padres aceptó.
“Somos indignos del sacrificio de este santo”, pensaban.
Cuando el viejo llegó a la mesa del abad João Pequeno, este pidió que le llenase el vaso hasta el borde.
Los otros monjes contemplaron la escena horrorizados. Al final de la comida reprendieron a João:
-¿Cómo puedes juzgarte digno de que te sirva un hombre santo? ¿No viste que apenas podía levantar la garrafa? ¿No viste cómo le temblaban las manos?
-¿Cómo puedo impedir que el bien se manifieste? –respondió João-. Vosotros, que os consideráis perfectos, no tuvisteis la humildad de recibir, y el pobre hombre no tuvo la alegría de dar.
PAULO COELHO
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