martes, 16 de octubre de 2012

Mecanismos de defensa: Proyección...♥



El reverso de la introyección es la proyección. A través de este mecanismo, la persona atribuye a los demás los atributos que rechaza de sí y se muestra absolutamente crítico, intolerante e hipersensible hacia esas características. Hace responsable al ambiente de lo que se origina en sí mismo.

El reprimido que siente que cualquiera lo acosa, el introvertido que acusa a los demás de fríos,… son ejemplos de proyección neurótica. Son suposiciones basadas en sus propias fantasías, y no han reconocido que son solamente suposiciones. Además, han rehusado de reconocer su origen. Todo lo que uno no puede aceptar en sí mismo, porque choca directamente con sus introyectos, con su yo ideal, se proyecta.



No debe confundirse la proyección patológica (de la cual la paranoia es un caso extremo), con las suposiciones basadas en la observación de la realidad. También proyectamos cuando creamos: pintamos un cuadro, escribimos una historia, tocamos una canción,…

En la proyección el límite entre el individuo y el resto del mundo se corre tanto a favor del individuo, que éste casi no puede desprenderse de sus atributos, ni tener perspectiva. Cuando el proyector dice “Te siento desconfiado” quiere decir “Yo desconfío”.

La proyección impide que la persona tome conciencia de sus sensaciones, colocando su necesidad en el exterior, en el ambiente, en el otro.

Jorge Bucay cuenta lo siguiente:

Un hombre llama al médico de cabecera de la familia porque está preocupado por su esposa María:

- Se está quedando sorda.

- ¿Cómo que se está quedando sorda?

- Sí, de verdad. Necesito que vengas a verla.

- Bueno, la sordera no es una cosa repentina ni aguda, así que venid el lunes a la consulta y la reconoceré.

- Pero, ¿tú crees que podemos esperar hasta el lunes?

- Está bien, ¿cómo te has dado cuenta de que no oye?

- Pues porque la llamo y no contesta.

- A ver, vamos a detectar el nivel de sordera de María.¿Dónde estás tú?

- En el dormitorio. Y ella en la cocina.

- De acuerdo. Llámala desde ahí.

-¡Maríaaaaa…! No, no me oye.

- Bueno. Acércate a la puerta del dormitorio y grítale desde el pasillo. -¡Maríaaaaa…! No, ni caso.

- Espera, no te desesperes. Ve a buscar el teléfono inalámbrico y acércate a ella por el pasillo llamándola para ver cuándo te oye.

- ¡Maríaaaaa…!¡Maríaaaaa…!¡Maríaaaaa…! No hay manera. Estoy delante de la puerta de la cocina y la veo. Está de espaldas lavando los platos, pero no me oye. ¡Maríaaaaaaa…! No hay manera.

- Acércate más.

El hombre entra en la cocina, se acerca a María, le pone una mano en el hombro y le grita en la oreja: “¡Maríaaaaaaa…!”. La esposa, furiosa, se da la vuelta y le dice:

- ¿Qué quieres? ¿¡Qué quieres, qué quieres, qué quiereeeees…!? Ya me has llamado como diez veces y diez veces te he contestado “qué quieres”. Cada día estás más sordo, no sé por qué no vas al médico de una vez… Jorge acaba diciendo que cada vez que veo algo que me molesta de otra persona, sería bueno recordar que eso que veo, por lo menos (¡por lo menos!), también es mío.


A nivel creativo, la proyección se convierte en conocimiento tras hacer el camino de reapropiársela, siempre a posteriori.

A nivel creativo, la proyección me permite ir hacia algo, si me doy cuenta de lo que he puesto fuera, porque también proyectamos lo positivo. Es la metáfora del viajero, que al conocer otras tierras y otras gentes, acaba encontrándose consigo mismo. Como dice Saramago, si no sales de ti, no llegas a saber quién eres. La proyección nos permite re-conocernos en los otros, trabajarla creativamente supone contactar con nuestras carencias y nuestras potencialidades.

Había una vez, en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río. Soñó que aun lado del río, y debajo del puente, se hallaba un frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda la vida.

Al principio, Izy no le dio importancia. Pero cuando el sueño se repitió durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que no podía desoír esa información que le llegaba de Dios, o de no sabía dónde, mientras dormía. Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para un largo viaje y partió hacia Praga.

Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y s dedicó a buscar el puente sobre el río en las afueras de la ciudad. No había muchos ríos ni muchos puentes, así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el río, el puente y, aun lado del río, el árbol debajo del que debía cavar.

Sólo había un detalle que no había aparecido en su sueño: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial. Izy no se atrevía a cavar mientras el soldado estuviera allí, así que acampó cerca del puente y esperó. La segunda noche, el soldado empezó a sospechar de aquel hombre que acampaba cerca de su puente, así que se aproximó para interrogarle.

El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que había llegado desde una ciudad muy lejana porque había soñado que en Praga, bajo un puente como aquel, había un tesoro enterrado.

El guardia empezó a reírse a carcajadas.

– Has viajado por una estupidez -le dijo-. Desde hace tres años, yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de un viejo loco llamado Izy, hay un tesoro enterrado. ¡Ja, ja, ja! ¿Crees que yo debería ir a Cracovia a buscar a ese Izy y cavar bajo su cocina? ¡Ja, ja, ja! Izy dio amablemente las gracias al guardia y regresó a su casa. Al llegar, cavó un pozo bajo su cocina y encontró el tesoro que siempre había estado allí enterrado.


La proyección es también una herramienta muy importante en terapia. Para el terapeuta que ya hizo su propio proceso terapéutico y que es consciente de estar utilizándola, la proyección se convierte en otro viaje, en este caso empático hacia el paciente; un viaje que permite al terapeuta ponerse en el lugar del otro:

El maestro le había impuesto un arduo trabajo espiritual al discípulo, que terminó por desfallecer y rendirse, humillado, al no ser capaz de cumplir con la tarea encomendada.

Pero, el mentor le miró a los ojos amorosamente y le dijo:

- Querido mío, no te angusties; porque soy débil, comprendo tu debilidad.

Autor: Pedro Valentín-Gamazo Valle

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