El hombre decidió partir en busca de Dios. Y fue tras los pasos de los maestros, quienes decían conocer profundamente las razones por las cuales el universo había sido creado, y prometían explicar qué era lo que Dios quería de la humanidad.
-Pero, ¿quién se lo enseñó? –preguntaba él a los maestros–. ¿Fue el propio Dios?
Los maestros decían muchas palabras bonitas pero no conseguían definir exactamente quién les enseñó todo lo que proclamaban a los cuatro vientos. Por eso, después de algunos días de aprendizaje aquí y allá, el hombre siguió su camino.
En su peregrinaje llegó a un valle donde los campesinos afirmaban que en una montaña cercana, Dios hablaba con todo aquel que se acercase.
Y el hombre se dirigió a la montaña. Esperó allí durante tres días, haciendo ayuno y rezando, pero Dios no se le acercó. Al cuarto día, ya desesperado, gritó:
-¿Dónde estás?
El eco respondió:
-¿Dónde estás?
Y, a partir de aquel momento, el hombre comprendió que Dios le hacía la misma pregunta, y que también lo estaba buscando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario