domingo, 6 de enero de 2013

UN CUENTO DE DUENDES...♥

Cuenta una historia que en un pequeño pueblo existía
un mito que corría de boca en boca y decía así:
“No hay que cerrar la puertas con llave, para que en las noches los duendes y gnomos del lugar puedan entrar en las casas.”
Todos acostumbraban dejar algún de alimento para que los pequeños seres se alimentaran y dejaran en agradecimiento deseos de buenaventura para los habitantes.

Pero siempre existe alguna persona egoísta y esa era la modista del pueblo. Doña Milagros era muy buena en su trabajo, pero su carácter desconfiado la obligaba a permanecer distanciada de todos sus vecinos.
Una tarde llegó a su casa un mensajero del rey que le pedía que asistiera ante la reina.
La modista se presentó al día siguiente ante la soberana y escuchó con gran emoción que la dama necesitaba que realizara para ella un vestido de fiesta.
Encantada con el pedido de su majestad, aceptó.
Días después llegaba ante su humilde vivienda un carruaje repleto de sedas, encajes para el gran vestido.
En seguida puso manos a la obra. Cosió, cosió, hasta quedarse dormida sobre su trabajo. El vestido era una obra de arte, con cristales bordados sobre la bata y en la falda delicadas puntillas cosidas a mano.

El tiempo pasaba, la noche del gran baile en el castillo se acercaba y la modista no lograba terminar su tarea. Una noche mientras cosía las puntillas se quedó dormida sobre la mesa de trabajo. Era tal su cansancio que se olvido cerrar la puerta.

Por la mañana notó con asombro que las puntillas ya estaban cosidas. No logró explicarse ¿qué había sucedido? Pero era tal el apuro que siguió adelante con su tarea.
Se dedico a bordar los cristales y como eran piedras muy diminutas, las horas pasaban y era muy pequeño el resultado de tanto esfuerzo.
Al llegar la noche, nuevamente muy cansada olvido cerrar la puerta, y otra vez encontró su trabajo concluido.
Deseosa de investigar, la noche siguiente, se hizo la dormida y comprobó que un grupo de pequeños duendes llegaban y hacían su tarea.
Recordó entonces las leyendas que le habían contado de los generosos duendes y gnomos del lugar.
Gracias a ellos logró finalizar el vestido y cuando el carruaje real pasó a retirarlo ya estaba listo.
Avergonzada de su egoísmo pensó en ser agradecida con ellos y al cobrar de su reina una generosa bolsa de dinero, compro alimentos, los que cada noche dejaba en su mesa para deleite de sus pequeños ayudantes, y desde ese día jamás cerró la puerta de su casa.

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